A la crisis económica y financiera le ha acompañado una crisis aún más grave del modelo de sociedad. El proceso de emancipación individual iniciado en los sesenta ha acabado dejando fuera de su seno a una parte importante de la población, que ha depositado su orgullo en el sentimiento de pertenencia a una identidad colectiva, ya sea nacional o religiosa. Así, vivimos en un momento de transición particularmente delicado entre una vida de comunidad reglada con modelos de conducta heredados y una nueva sociedad sumamente individualista en la que nos reafirmamos en nuestras certitudes.
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